Una noche, misteriosa y sencilla. Apareciste de la nada,
nadie te esperaba, pero allí estabas tu, tan recto y chuleando, como siempre.
Me sonroje al verte, ya en la primera mirada, quise hacer como si para mi
fueras una persona más, pero no pude. El color y ardor de mis mejillas lo
dijeron todo. Hubieron miradas entre la gente, sonrisas iluminadas, ganas
abrazarte, noche única. Noté como me buscabas, y por eso mismo siempre hacia
para que me encontraras. Pero siempre llega la puta tormenta, por un instante,
empezó a lloviznar, el frio recorría mis venas, la sonrisa desapareció, i de
mis ojos salieron gotitas de agua, tal vez lagrimas, que quedaron congeladas,
porque mis mejillas ya no ardían. Tu chulería me ganó el pulso. Tal vez fue que
sobró alcohol, o tal vez fue el tabaco. Despertaste en ti, otro “tu”, el “tu”
de siempre al que creía haber visto morir. Resucito, y con él sus hazañas y
historias del pasado. Entonces fue cuando entendí, que tus sonrisas no eran
mías, tus miradas nunca se dirigieron hacia mí, eso fue fruto de mi
consciencia, de mi lujuria, de la pasión que vive en unos instantes, esas miradas traicioneras se dirigían hacia
una persona, la cual yo nunca podre hacerte sacar de tu mente, por mucho tiempo
que pase. Me derrumbé, no pude, mi mundo de fantasía y colores, se convirtió en
un mundo de falsas esperanzas, de brujas y putas, de lagartos y lagartijas.
Donde el cielo es traicionero, donde Cupido no tiene puntería.